Gabriel Sopeña existe: el poeta del rock celebró cuatro décadas de ilusión y talento

06.04.2023

ANTÓN CASTRO. Heraldo de Aragón. 04/04/2023.                                                    Foto: Tony Galán

Algunos jóvenes, o no tan jóvenes, como el matemático, melómano y escritor Octavio Gómez Milián, se sienten fascinados por la personalidad y el trabajo de Gabriel Sopeña (Zaragoza, 1962): el poeta profesor, el cantante y compositor, el arreglista, el guitarrista, el productor musical y también un gran compañero de viaje, maestro de la sugerencia y la incitación sonoras. A Gabriel, en la música, le das unos versos y compone una canción.

Antes de empezar el concierto de 'Cantar 40', cuatro décadas en la música -con Más Birras, con Ferrobós, El Frente, en solitario, con Loquillo, con tantos y tantos otros– los editores de Pregunta, David Francisco y Reyes Guillén, le hicieron un hermoso regalo: le publicaron un 'Cancionero' de 504 páginas con sendos prólogos de Luis Alberto de Cuenca y Magdalena Lasala, y un estudio de ese espíritu inquieto que lo mezcla todo, el citado Octavio Milián, porque entiende que en la música, como los ríos arteriales de la vida, todo está conectado: las canciones, los instrumentistas, los virtuosos, las letras, los arreglos, la historia del país, el itinerario de la lucha.

Gabriel, de entrada, cuando llevaba ya cuatro canciones y había ido depurando el sonido -él y su equipo, o eso nos pareció–, se dirigió al público, símbolo y realidad de su carrera, y recordó que tiene "el espíritu de ilusión de un colegial". La frase de autoánimo no fue exagerada: ofrecería con su banda, perfecta, intensa y enérgica, un gran concierto, de esos que debieran grabarse impecablemente y retenerse en casa, cerca de los aparatos de reproducción y en el fondo de la memoria.

Sopeña llega a todo. O a casi todo. Con su alma de roquero clásico, es un poeta del rock. Y eso se ve en sus letras. Las trabaja a su antojo sin temor a hincarle el diente a la metáfora, al guiño casi oculto, al culturalismo o a la denuncia social. Y, además, tiene siempre un compromiso, una actitud de entendimiento del débil que no desaparece. Lo cantó casi todo de lo más conocido: tres temas de los que hizo e interpretó con Mauricio Aznar (recordó que le debía mucho y se estremeció al recordarlo y al entonar algunos de los temas), el 'De Vita Beata', el poema de Jaime Gil de Biedma que adaptó para Loquillo, o 'Mai', el precioso poema de Ánchel Conte, que cantó con Eva Lago, la segunda voz que se graduó con confianza y soltura.

Dentro de un concierto coreado y bailado -de los que más danzó desde su butaca, sin duda, fue la vicealcaldesa Sara Fernández, que pasó una noche vibrante-, ese tema fue un instante increíble. Gabriel, acompañado por el piano o los teclados de Óscar Carreras ("cómo he podido estar más de 56 años sin su compañía", dijo el cantante del barrio de Casablanca), recitó en castellano la traducción del poema, y luego lo cantó con Eva Lago. Fue una maravilla absoluta. Gabriel le dio un tono admirable, bellísimo, en la versión recitada al español, y los dos lo remataron en aragonés con una interpretación excelente; Sopeña dijo que ese tema lo había hecho para José Antonio Labordeta, que lo cantó en varias ocasiones, y luego también lo interpretó Manolo García.

La banda sonaba de maravilla y la noche fluía con emotividad. Los músicos demostraban que en música, si se dan las buenas alianzas y la complicidad, existe la química de la perfecta armonía.

El concierto ganó encanto, ritmo y participación cuando entonó 'Queda tan lejos el cielo': "qué lejos que está el cielo aunque sepamos volar". Después atacó una de sus canciones más rítmicas, con aureola de fado y de ciudad interminablemente bella: 'Lisboa'. Y luego 'Por los ojos de Raquel', comenzó él y siguió Eva Lago, que tuvo muchos momentos de brillantez, algunos en solitario como ocurrió un tema de 'La ciudad de las mujeres', un disco coral que produjo Sopeña para Prames LCD. Gabriel colaboró mucho en proyectos muy abiertos e imaginativos con Plácido Serrano. Entonó 'Para llegar a ti', con alusión a Más Birras, e hizo algunas bromas sobre sus exégetas madrileños, con cariño, y se afirmó con 'Acto de fe'.

La banda sonaba de maravilla y la noche fluía con emotividad. Los músicos demostraban que en música, si se dan las buenas alianzas y la complicidad, existe la química de la perfecta armonía. Se desleían el espíritu roquero, con inclinación festiva, con aura popera pero también con esas costuras de cantautor que a Gabriel siempre le han atraído. Tipo Silvio Rodríguez o Jackson Browne. O aquel hermano de infancia y adolescencia que fue Mauricio Aznar, que aunaba "fuerza y talento".

Gabriel Sopeña fue un gran amigo de Joaquín Carbonell. Y uno de los promotores de su homenaje en la sala Mozart tras su muerte. El cantante de Alloza sería uno de los invitados: se rescató su voz grabada, los músicos alcanzaron la inspiración de su música, y Gabriel y Eva cantaron con el intérprete de Alloza 'Me gustaría darte el mar'. Una de las guitarras del cantautor de Alloza estaba presente; Sopeña pidió aplausos y recordó, con algunos gestos, que el músico andaría de vuelo.

Ese fue otro gran momento, sin duda. Sopeña, emocionado, también cantó 'Soltando lastre' o 'Con elegancia', y lo hizo en plenitud de voz, anudado a la calidad y al entusiasmo de sus músicos. Incluso los haría cantar a todos: a Jose Luis Seguer, 'Fletes', batería y percusión; a Guillermo Mata, bajo, voces y dirección musical; a Jorge Gascón, guitarras; a Óscar Carreras, piano y teclados; a Julio Calvo Alonso, guitarra eléctrica que se dejó notar no solo por la vibración y la fuerza de sus cuerdas y sus rasgueos sino porque se puso una camiseta del equipo de Casademont de baloncesto femenino.

Sopeña cantó 'Cass' y dijo que esa canción estaba dedicada a la mujer más bella del mundo. Laura Gómez Lacueva. Laurita, la actriz de 'Oregón Televisión' que acaba de irse. Desarrolló un homenaje lleno de emoción y de poesía

Parecía que Sopeña y su banda iban a irse sin tocar 'Apuesta por el rock and roll' y 'Cass', aunque sí hubo un guiño a Bob Dylan y a Luis Buñuel: tocó 'El hombre del tambor' y todos sentimos que Mauricio Aznar estaba entre nosotros. Fue un falso espejismo. Sopeña cantó 'Cass' y dijo que esa canción estaba dedicada a la mujer más bella del mundo. Laura Gómez Lacueva. Laurita, la actriz de 'Oregón Televisión' que acaba de irse. Desarrolló un homenaje lleno de emoción y de poesía, con algunas lágrimas, y cantó ese texto de José Luis Rodríguez García. Una de sus obras maestras. En otra de ellas, 'Apuesta por el rock and roll', recuerda que aún existe el mar: "Larguémonos, chica, hacia el mar. / No hay amanecer en esta ciudad. / Y no sé si nací para correr. / Pero quizás sí que nací para apostar".

Desde luego. Vibrante, apasionado, con mejor voz que nunca quizá, dueño de sus tonos y de su fantasía musical, ecléctico y versátil, con un gran poderío, sí existe Gabriel Sopeña Genzor. Él es todo un himno de memoria, de belleza, de pasión por el arte de hacer hermosas canciones, un himno de supervivencia, talento y creatividad. Y el Teatro Principal en pie se lo agradeció.